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Cuando TNA aún no existía y cada uno de sus integrantes buscaba incansablemente un medio de subsistencia (o la forma de trabajar lo menos posible), Emi se dedicaba a entrenar diariamente para ser el mejor jugador no oriental de ping-pong. Aunque sólo ganó un premio (para ser exactos, el cuarto premio de un torneo de cuatro participantes), esto lo motivó para invertir en algo que, según él, sería su seguro jubilatorio a los 23 años: compró un caballo de carreras.
Si bien estaba acostumbrado a luchar contra los avatares de la vida, estaba seguro de que él no podría montar el caballo por una sencilla razón: nunca hizo otra cosa que jugar ping-pong.
Sensible para resolver problemas, decidió contratar a un jockey, uno que tuviera experiencia y que se hubiera dedicado a los caballos tanto como él lo había hecho con el ping-pong. Y fue en estas circunstancias cuando conoció a Leo.
Leo, efectivamente, había dedicado toda su vida a los caballos. Sabía cómo tratarlos, cómo serenarlos y poseía un inusual contacto con estos animales. Más adelante se descubriría que esto se debía a que, definitivamente, él mismo era medio animal.
Aunque la decisión de Emi no fue mala en sí misma, después de haber contratado telefónicamente a Leo descubrió, el día de la carrera, que su jockey había crecido tanto en los últimos tres meses que había llegado al metro noventa.
Nada es peor para un jockey que ser tan alto, razonó debidamente Emi, pero, fiel a su convicción de seguir adelante y sin tener un peso partido al medio, pensó que quizás con la altura de jockey, sería más fácil ganar la carrera por una cabeza.
A pesar de estas sesudas deducciones, Emi no pudo evitar que el caballo llegara a la meta después de la ambulancia.
Evaluando los acontecimientos, entre los dos decidieron que lo mejor era dejar libre al animal y así lo hicieron. Aún hoy se puede ver al caballo recorriendo las calles laterales del hipódromo de Palermo, y hasta cuentan que algunas veces es echado del Jumbo de Juan B Justo.
Gero compartía el tesón y la determinación de sus dos futuros compañeros, pero también la mala suerte. Se distinguía por haber sido un hábil jugador de básquet en la escuela secundaria y había dedicado el esfuerzo y el sacrificio necesarios para formarse profesionalmente en este deporte. Sin embargo, cuentan quienes lo conocen de aquellas épocas que un fuerte desamor finalmente lo dejaría sin poder pasar el metro sesenta, lo que lo dejaría sin poder llegar nunca a jugar en las primeras divisiones nacionales.
A pesar de esta derrota, como era previsor y lúcido para las finanzas, ahorró una gran parte de las ganancias que había logrado como mini globertroter. Pero la suerte no siempre está cerca de los que se esfuerzan para ser algo en la vida y en un viaje de placer a la gran Buenos Aires perdió todo en el hipódromo apostando a un animal inútil, montado por otro con las mismas características. Sí, no es difícil de adivinar, el caballo de Emi montado por Leo.
Musitando entre dientes o a insultos bien gritados, Leo y Emi encontraron a Gero en la puerta del hipódromo masticando su mala suerte, en realidad lo que masticaba eran los boletos de las apuestas. Pensaron que tenían parte de culpa del fracaso económico de este desconocido, aunque razonaron –acertadamente- que debía ser por lo menos tan estúpido como ellos, ya que nadie en su sano juicio apuesta a un caballo que tiene una pata ortopédica.
En el momento en que se encontraron juntos en la entrada de la estación Palermo de la línea D del subterráneo dieron comienzo una entrañable amistad, que se vio fortalecida cuando Gero financió el viaje en subte (vale aclarar que tanto el dueño del caballo como el jockey no tenían ni para el boleto).
Mientras viajaban, iban reflexionando en voz alta acerca de sus –malas- suertes respectivas, y los pasajeros pudieron escuchar decir a Leo, dirigiéndose a Emi:
Leo- Soy un boludo. ¿Cómo voy a trabajar para vos que no podés mantener ni un caballo de calesita?
A lo que Emi respondió:
Emi- Yo soy el boludo. ¿Cómo te voy a contratar si no podés montar ni el inodoro?
Gero prontamente interfirió para calmar los ánimos de la discusión:
Gero- Acá el único boludo soy yo. ¿Quién carajo me manda a mí a confiar en una sociedad hecha por tres animales? La verdad es que me tendría que haber dado cuenta de que el caballo no corría nada. ¿A cuál de ustedes dos, genios, se le ocurrió ponerle al caballo el nombre Caracol Veloz? Soy un estúpido...
Sin darse cuenta y en el fervor de la discusión, Leo dejó caer su gorra de jockey al suelo del vagón y descubrió que alguien había dejado 2 pesos en ella pensando que la discusión era parte de un elaborado sketch humorístico muy bien actuado.
Rápidos para sacarle provecho a las situaciones adversas, aún hoy siguen jugando a pelearse en el subte y la gente aporta creyendo que todo es parte de un espectáculo sensacional.
Se puede decir que así nació TNA, aunque circulan otras versiones, nunca desmentidas por alguno de sus integrantes.
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